viernes, 30 de agosto de 2013

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Esa noche al acostarse para dormir y acallar a sus pensamientos, decidió que dejaría las cortinas de su ventana abiertas. Su calle era tan tranquila que bien podría desparecer para siempre sin que nadie notara el cambio. Puede, pensó ella, que la calle no sea la que me ayude a desaparecer, puede que sea yo la que ya ha desaparecido. Dejar las cortinas abiertas para así contemplar a la luna y a la farola, y para que así, los primeros rayos del Sol acariciasen su piel. Despertar lentamente con el Sol de la mañana era un regalo que, sería para ella.
Pero aún quedaba mucho para dormir. Taza de té bien caliente en mano y libro en otra se dejó caer en la bañera. Adoraba leer acostada en la bañera con los pies apoyados en el bordillo y con las cortinas totalmente cerradas. Era su espacio de paz, su evasión. Puede que esté como una regadera, pero yo disfruto leyendo libros y bebiendo té verde con menta en la bañera. Dejaba que sus ojos se deslizaran por las páginas de sus libros. Dejaba que el mundo discurriera ante ella y que sus más pesados pensamientos se largaran por el desagüe, no estaban invitados.


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